Después de más de media hora en la plaza, me decidí a abatir la hembra, ya no tenía más sentido esperar, y, dado el poco celo que experimentaba, lo mejor era dejar el campo abierto a otras que pudieran acercarse, circunstancia que no ocurrió, pero cuando terminó el puesto me levanté sastifecho, ya que los protagonistas son las patirrojas, y en este caso todas cumplieron.
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